El pretendido destructor de cuentos quijotescos.¿Podremos conocer tus motivaciones algún día?, ¿serán tan simples como los pecados de la cristiandad?. ¿De qué maneras las alimentaste?, ¿en secreta soledad?, ¿en cofradía?. Supongo que tendríamos que buscar pecar gravemente si hemos de conseguir respuestas; y tal vez nos hemos alejado ya de ese camino.
En tu discurso acusas a otros de los vicios que tu Ego cultiva, sin percatarte de que muestra claves para develar tu alma, que ya no sueña.
Aprovechando el desconcierto, seguiste por segundos el impulso de mostrarte develado. Aprovechando la negación te regocijaste al hacerlo. Todopoderoso fuiste por ese instante y luego despojado de poder quedaste.
Nunca entendiste que el poder verdadero es sólo un regalo precioso que recibías en correspondencia. Hoy nadie te escribe y sólo puedes enajenar poder desde aquello a lo que en un instante, redujiste tu propio ser: tu Ego.
Y tus herramientas, ahora reducidas a la duda y el miedo, sólo pueden crear un triste e impotente reflejo de ti mismo, políticamente perverso.
¿Donde te quedaron la hoz y el martillo que decías defender?
Blandiendo, más firmes están, en las manos de aquellos quienes hoy nos obligamos a ni ignorarte, aunque el recuerdo de nuestra fe en tu persona aún duela y clame la voz del que ya no es.
Y sembraremos y cultivaremos y construiremos; el recuerdo sólo será pronto cicatriz de la batalla contra las sombras en las almas de los hombres. ¡Vamos Rocinantes!, ¡vamos Sanchos!, ¡nuestro cuento quijotesco espera!, ¡siempre adelante!
Del libro “Cartas a un traidor”, Capitulo “Recarga”. Autor des‑conocido.
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